A la quinta vez que el lobito gritó «¡Viene el hombre! ¡viene el hombre!» la manada, furiosa, decidió ignorarlo. Diez minutos después, el lobito era huérfano y no quedaba nadie vivo en su clan. Pasó toda su vida arrepentido de aquella mentira que creyó sólo un juego, y despreciado por sus semejantes. Al final de sus días tuvo la oportunidad de revindicarse cuando atacó a un gran rebaño que pastaba en la ladera de la colina. Satisfecho consigo mismo, todo manchado de sangre y somñoliento, descansando a la sombra de un grupo de álamos después de haber matado más de cuarenta ovejas, se preguntó porqué los hombres no protegieron a sus animales, a pesar de que el pastor que actuaba de vigía gritó varias veces «¡Viene el lobo! ¡viene el lobo!»
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domingo, 28 de noviembre de 2010
sábado, 6 de noviembre de 2010
La maldad de las cosas inanimadas I
—¡Qué contratiempo!―estalló el motorman —¡Voy a tener que parar una semana para arreglar estos putos frenos! ¿Quién me paga los días que no trabaje?
Lo dijo fastidioso, sin mirar el tendal de cuerpos muertos, mutilados, cortados al medio que dejó la locomotora a su paso, hasta que se detuvo.
El efecto Chuang Tzu II
Cuando despertó, estaban a su lado un dinosaurio y una mariposa. Chuang Tzu se sonrió y dijo:
—Esta vez me toca ser dinosaurio.
—Esta vez me toca ser dinosaurio.
Tiempo loco
—Tiempo loco, ¿no cree vecino? —dijo la oruga desde una rosa.
—Hoy llueve, mañana hay viento, pasado nieva, y después nos fríen cuarenta grados a la sombra —acotó el ciempiés, desde un aloe —. La culpa es de la mariposa del gladiolo del otro cantero. Cada vez que mueve sus alas, la muy estúpida estropea el fin de semana.