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lunes, 11 de junio de 2012
En "La Luna y Companía" leen mi poema "Gris"
José Laboreo (Amigoluna) lee mi poema "Gris" en su programa de Radio Navarrete, España, "LA LUNA Y COMPANIA"
El audio está acá: Gris
miércoles, 6 de junio de 2012
Costumbre amorosa de los gigantes
Cuando un gigante decide
proponerle casamiento a su novia, le ofrece una primorosa caja de madera de
incienso rojo, más o menos del tamaño de sus manos y le dice, con voz quebrada:
―¿Te quieres casar
conmigo?
Ella la toma y exclama:
―¡Ay! ¡Por supuesto, mi
vida! ¡Gracias, mi amor! ¡Qué hermosa!
Temblorosa y con gran
expectativa, la gigante abre la cajita y encuentra, sobre terciopelo azul
―color que entre esta raza simboliza fidelidad— un humano atado de pies y
manos, su boca amordazada y un terror indecible en su mirada. Alrededor de su
cuello, anudado un hilo ―hilo para los gigantes, gruesa cuerda para los
humanos— de oro y plata.
En una ceremonia muy emotiva,
la mujer se inclina sobre la cajita y el gigante ata el cordel en la nuca de su
amada, cuidando de que quede adecuadamente flojo. A continuación, ella se
levanta de golpe y el hilo se tensa. El humano pendula sobre el pecho
sonrojado, se contorsiona, encoje y estira sus piernas varias veces, gira
apenas su cabeza a un lado y otro buscando una bocanada de aire que no está,
completamente ajeno al beso con que los novios sellan su compromiso. Luego
muere.
La novia llevará el
cadáver del hombre en su cuello hasta el casamiento, más o menos un año más
tarde. El olor a putrefacción se considera de buen augurio y es motivo de
orgullo para las gigantes, debido a que indica su condición de mujer
comprometida en matrimonio.
Después de la boda, será
el marido quien quite el colgante y lo guardarán, juntos, dentro de algún libro
de poemas que él le habrá regalado durante el noviazgo.
Unos doscientos años
después, el esposo habrá muerto.
Un día cualquiera, su
viuda estará sola ―los hijos también se habrán ido y verá a los nietos una o
dos veces por año— y sumida en la nostalgia tomará el viejo libro, lo abrirá
con temor respetuoso y encontrará el pequeño esqueleto casi formando parte de
las páginas. Dejará caer una lágrima, más o menos donde el humano tenía su
corazón. Ella creerá, por un segundo, sentir de nuevo el olor tan amado a carne
putrefacta.