Apuró su copa de ginebra. La dejó, vacía, sobre la pequeña mesa y contra la pared. Desató los nudos de los cordones y los sacó de sus zapatos. Los puso, estirados, sobre el borde derecho de la mesa, delante del vaso de ginebra. Se quitó los zapatos y los dejó, uno junto al otro, debajo de la mesa. Mojó con saliva su dedo índice de la mano derecha y limpió una pequeña mancha de barro en su zapato derecho. Éste recuperó el esplendor de su brillo. Desabrochó los puños de su camisa. Desabrochó los botones. Se la quitó. La dobló con cuidado y la dejó sobre la mesa, al lado de los cordones. Desabrochó su cinto y se lo quitó. Lo enrolló y lo puso sobre la camisa. Se quitó los pantalones. Los dobló y los puso al costado de la camisa, ya sobre el borde izquierdo de la mesa. También se sacó los canzoncillos, los dobló y los puso sobre los pantalones. Abrió la puerta de la habitación. Se cubrió con la túnica burda y arrugada que estaba tirada al lado de la puerta. Salió al patio. El sol del mediodía le hizo entrecerrar sus ojos. Caminó hacia el centro del patio. Apuró su copa de ginebra. La dejó, vacía, sobre la pequeña mesa y contra la pared. Desató los nudos de los cordones y los sacó de sus zapatos. Los puso, estirados, sobre el borde derecho de la mesa, delante del vaso de ginebra. Se quitó los zapatos y los dejó, uno junto al otro, debajo de la mesa. Mojó con saliva su dedo índice de la mano derecha y limpió una pequeña mancha de barro en su zapato derecho. Éste recuperó el esplendor de su brillo. Desabrochó los puños de su camisa. Desabrochó los botones. Se la quitó. La dobló con cuidado y la dejó sobre la mesa, al lado de los cordones. Desabrochó su cinto y se lo quitó. Lo enrolló y lo puso sobre la camisa. Se quitó los pantalones. Los dobló y los puso al costado de la camisa, ya sobre el borde izquierdo de la mesa. También se sacó los canzoncillos, los dobló y los puso sobre los pantalones. Abrió la puerta de la habitación. Se cubrió con la túnica burda y arrugada que estaba tirada al lado de la puerta. Salió al patio. El sol del mediodía le hizo entrecerrar sus ojos. Caminó hacia el centro del patio.
El pelotón de fusilamiento ya estaba formado y apuntando.
Desde afuera, y a través de la reja, su mujer, vestida de rojo, sonreía indisimuladamente.
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