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sábado, 14 de mayo de 2005

Querida amiga:

No te diré mi nombre. No importa quién soy o cómo he llegado hasta ti. Te bastará saber que hace ya tiempo que te conozco y, aunque no quieras creerlo, tú jamás me has visto. He conocido y admirado cada uno de tus pasos y, me sonrojo al reconocerlo, con sana envidia he contemplado el transcurrir de tu vida. Esperaba compartir las horas contigo, algún día, y extasiarnos juntas en sublimes y prolongadas charlas sobre los más variados temas que, sé, son de tu gusto y el mío.
Pero no he podido creer que al conocerlo a Él, dentro mío, te alejaras tanto. No pude soportar el verte feliz a su lado y tan retirada de mí. Aún cuando los celos me fueran hasta ese momento desconocidos, lograron crecer hasta obligarme a dar este paso. Espero, sinceramente, que sufras tanto como estoy sufriendo yo. Creo que jamás volveremos a vernos, ni sabrás más de mí. 

Con afecto, tu amiga hasta hoy.

P.D.: En la encomienda que adjunto encontrarás la cabeza de tu amado.

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