Había una vez un soldadito de plomo sin una pierna, y una bella bailarinita de juguete.
Entre ellos nació una profunda simpatía. Un día de tormenta él cayó por la ventana, unos niños lo pusieron en un botecito de astrasa que llegó al mar, se hundió; lo comió un pez al que pescaron y vendieron a la cocinera de la familia del niño dueño de los juguetes. Y todo para que cuando el soldadito se reencontró con la bailarina, esta le dijera:
- Milico de porquería. ¿Todo rotoso volvés? ¿Te creés que una va a estar esperado hasta que al señorito se le ocurra? Tomátelas, rengo gilún.
El soldadito, umbrío por la pena, se arrojó al fuego. Hoy es plomada para mojarritas.
Moraleja: Amiguitos, no confiéis en las damitas, nunca lo esperan a uno. Son malas, muy malas.
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