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domingo, 13 de mayo de 2012

Escena en una bucólica villa, en un día de mercado, en la Edad Media.


—¿Qué va a llevar, doña?
—Deme tres libras de muslo, cortado finito, como para cotoletti.
—Muy bien. Tiempo loco ¿eh? —contestó el carnicero, al tanto que afilaba su cuchillo en la piedra de Ardenas y se disponía a rebanar la pierna del prisionero —ojos inyectados en sangre, espumarajos escapando de su boca con dientes flojos por morder lonjas de cuero para engañar al dolor, su cara roja y perlada por el sudor, las venas azules de sus sienes a punto de estallar, las manos moradas por las ataduras— condenado a ser descuartizado en vida, vendido en fetas en el mercado.

El hombre y el fantasma

Érase que se eran un fantasma y un hombre. El fantasma vivía en un viejo edificio en ruinas, que en mejores épocas había trajinado aspiraciones de hotel cuatro estrellas. El hombre vivía en la calle. Una noche en que hacía mucho frio y nieve, el hombre entró al edificio para guarnecerse. Andando por los pasillos oscuros y en ruinas, hombre y fantasma se encontraron de frente al doblar cierta esquina. Ambos se asustaron. El hombre quiso huir, aterrado; confundió la nada con una puerta y cayó por el hueco de un montacargas que dormía su óxido seis pisos más abajo; murió y se transformó en fantasma. El fantasma, en tanto, también huyó. Intentó apoyarse en un tabique para doblar un recodo del pasillo, pero, invadido por el pánico, olvidó su condición y atravesó la pared. Afuera era noche y nieve y seis pisos de altura. El fantasma cayó, murió y se convirtió en hombre, que luego quiso guarnecerse del frio en el viejo edificio que hace años pretendió ser hotel. Ambos protagonistas han repetido esta historia tantas veces que ya han perdido la cuenta.

viernes, 4 de mayo de 2012

Días de yeta IX


Cauto, no se hizo al mar en martes trece. Esperó otro día. El terremoto aniquiló la ciudad.

Días de yeta VIII


Dicen que la pata de conejo trae suerte. Eso no es cierto. Al menos para el conejo.

Días de yeta VII


“Si mandás este mail, te llegarán diez regalos”, decía. No lo mandé. Llegaron diez citaciones de Rentas.