Érase que se eran un fantasma y un hombre. El fantasma vivía en un viejo edificio en ruinas, que en mejores épocas había trajinado aspiraciones de hotel cuatro estrellas. El hombre vivía en la calle. Una noche en que hacía mucho frio y nieve, el hombre entró al edificio para guarnecerse. Andando por los pasillos oscuros y en ruinas, hombre y fantasma se encontraron de frente al doblar cierta esquina. Ambos se asustaron. El hombre quiso huir, aterrado; confundió la nada con una puerta y cayó por el hueco de un montacargas que dormía su óxido seis pisos más abajo; murió y se transformó en fantasma. El fantasma, en tanto, también huyó. Intentó apoyarse en un tabique para doblar un recodo del pasillo, pero, invadido por el pánico, olvidó su condición y atravesó la pared. Afuera era noche y nieve y seis pisos de altura. El fantasma cayó, murió y se convirtió en hombre, que luego quiso guarnecerse del frio en el viejo edificio que hace años pretendió ser hotel. Ambos protagonistas han repetido esta historia tantas veces que ya han perdido la cuenta.
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