— Y bien, amigo. Hábleme de su problema
Miré al psicólogo, con una mueca entre curiosa e interrogativa.
— ¡Vamos!¡Anímese! — insistió él.
— ¡Guau! — dije yo. ¿Y qué otra cosa podría decir? Soy un perro marca perro, más vale pequeño y sin ningún atributo especial. Tuve la suerte de ser sacado de la calle por una solterona que me crió como a su hijo. Baño diario, peluquería los viernes. Pullover y gorra en los días de invierno. Cuando mi dueña notó mi primer comportamiento raro, inmediatamente recurrió a la psicología canina. Y acá estoy.
— Ajá — dijo él.
— Aúaúaú. Iúiúiuu — lloré, bajando la cabeza, con mi mejor voz de caniche.
— Bueeeeno — dijo él
— ¡GUAGRFGUAGUAARFGAGUAU! — le grité en la cara, adoptando la postura de un dóberman
— Y qué más — insistió él, sin inmutarse.
— Guuuuuáu — musité, con el aplomó inglés de un yorkshire.
— Bien. Bien — dijo él
Sin hablar, lo ataqué como un rottweiller.
— ¡Serapio! — me llamó mi ama. Solté al médico y me refugié a sus pies.
— ¿Y, doctor? — dijo ella.
— Curioso, señora — dijo él, acomodándose la ropa y levantando sus anteojos del piso — su perro tiene personalidades múltiples.
2 comentarios:
Me gusta el sentido del humor que se adivina...
Un placer desde lejos...
Gracias, Erev.
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