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domingo, 26 de abril de 2009

Hay una salida

Hoy se suicidó. Se cansó. Ya no quiso más.
La jornada empezó como siempre, manchada de color gris rutina; y apenas abrió los ojos, recordó que sería como todos los días anteriores y los que vendrían después. Una voz apenas audible surgió desde el fondo de su mente y le dijo en un susurro
-Hay una salida, hay una salida.
Mientras empezó sus tareas el sentimiento de tedio se hizo cada vez fuerte y, entonces, como una pequeña grieta, la idea se instaló en su cerebro en forma de pregunta
-¿Hay una salida?
Y aún suave, la voz le repitió
-Hay una salida, hay una salida.
El día avanzó lento y el hastío fue ganando terreno; mientras la voz, cada vez más fuerte, repetía
-Hay una salida, hay una salida.
Pensó en la vuelta a casa en la que nadie lo esperaba y donde repetiría lo mismo de siempre, los mismos gestos, la misma agonía.
A la hora dieciséis, veintitrés minutos, cuarenta y tres segundos treinta y cinco milésimas, poco antes del horario de finalización de su
 trabajo lo decidió, descubriendo que la voz en su cabeza, que ahora era la suya propia decía, casi en un grito
-¡Hay una salida!, ¡hay una salida!
Se reclinó hacia a atrás en su asiento, pronunció una plegaria en un susurro, dirigió su mano hacia su pecho, abrió de un tirón la placa de reparaciones y muy lentamente quitó su batería atómica.
Sus ojos duraron encendidos lo que tardaron en descargarse algunos capacitares de su cerebro positrónico.
El cuerpo del androide fue llevado al trigésimo primer subsuelo, a la Unidad Sigma -los talleres de reparaciones- para la operación de reciclado de elementos, con sus bancos de memoria vacíos y completamente inutilizados.
Los ejecutivos llamaron de urgencia a una reunión de Consejo de Administración de la Empresa, alarmados por la creciente ola de autoapagado de máquinas, originada por suicidio 3.1, el virus modificado con el que los habían hackeado y que estaba haciendo estragos en los recursos y bienes de la compañía.

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