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sábado, 1 de enero de 2011

Multiverso

Se denomina Multiverso al grupo de todos los universos y/o dimensiones posibles que están relacionados (universos paralelos). Se ha sugerido que al viajar al pasado no viajaríamos a nuestro pasado, sino a una copia de éste conteniendo un turista. Tendríamos así dos espaciotiempos simultáneos: uno donde aparece un turista y otro donde no.

Todos nos quemaremos juntos cuando nos quememos
No habrá necesidad de pararse y esperar el turno
Cuando llegue la hora de la caída y San Pedro nos llame a todos
Simplemente dejaremos caer nuestros propósitos
y dejaremos de hacer lo que hacíamos.
Tom Lehrer, “We Will All Go Together When We Go”

¿En cuál universo está hoy la realidad?
Conjetura de Zabala-Cismondi

Uno – Casa Blanca, Washington

El lunes siguiente a su visita a Dallas, en campaña proselitista para los próximos comicios en los que buscaba su reelección, John Fitzgerald Kennedy, trigésimoquinto y último presidente de los Estados Unidos de América, recibió en su despacho del Salón Oval de la Casa Blanca a su Secretario de Defensa, Robert Mc Namara. Éste le mostró las fotografías de la Isla Wrangel, en el Mar de Chuckchi; al norte de Siberia, cerca del Círculo Polar y a sólo unos seiscientos kilómetros de Alaska, tomadas por un avión espía U2 Dragon Lady. En ellas se observaba claramente las instalaciones de lanzamiento de misiles intercontinentales R-16 rusos. Aunque la versión más firme; que recoge, incluso, el informe Thomas, indica que esas fotografías eran un montaje de los servicios estadounidenses, funcionales a grandes capitales petroleros interesados en explotar recursos en poder de los rusos. Éste fue el detonante de la Segunda Crisis de Misiles; y consecuentemente, de la Tercera Guerra Mundial.
No está claro qué pasó a partir de ese momento. Kennedy sostuvo siempre, hasta su ajusticiamiento en Wiesbaden en mil novecientos sesenta y nueve, luego del Juicio a Los Cinco; que no fue él quien dio la orden de fuego. Lo cierto es que el diez de enero de mil novecientos sesenta y cuatro, un misil Polaris, con una ojiva W47, impactó en Aleksandrovskiy Sad, en las afueras de Moscú y obliteró todo lo que se encontraba dentro del anillo del Sadovoye Kol’tso, que rodeaba la ciudad. Al día siguiente, como represalia, la Unión Soviética envió un bombardero estratégico Tupolev TU-95 que dejó caer una bomba Tsar de cincuenta megatones, que estalló a mil quinientos metros de altura sobre Cliffside Park, en el estado de New Jersey. Inmediatamente, desparecieron las poblaciones desde Stony Point hasta Keansburg; y desde Dover hasta Brentwood; incluida toda la ciudad de New York,
En los Laboratorios Militares de Little Cedar, en Sterling Forest, a unos cuarenta kilómetros de distancia de la Zona Cero, había una dotación de unos quince misiles Black Fox en condiciones operativas, con bombas H como carga nuclear; que fueron alcanzados por la lluvia de neutrones de la bomba rusa. El efecto de esta terrible segunda explosión afectó desde el norte de Canadá hasta el sur de México.
Se supone que ese día Kennedy se refugió en las instalaciones antiatómicas de Sheridan, en Wyoming, donde fue detenido en mil novecientos sesenta y siete.
Los generales sobrevivientes en las ciudades de la costa oeste estadounidense ordenaron el ataque masivo. Así, entre ofensivas y contraofensivas atómicas, fueron desapareciendo, una a una, las principales ciudades de los países aliados de ambos lados de la Cortina de Hierro. La falta de controles centrales y la destrucción de las comunicaciones dejaron en libertad a los Señores de la Guerra, para enfrentarse en conflictos personales —salvo uno o dos, todos ellos nucleares— que sumergieron a la civilización entera en una era feudal feroz y sanguinaria; la más terrible de la historia humana.
En mil novecientos sesenta y cuatro éramos unos tres mil millones de habitantes en todo el mundo. Cinco años después quedaban sólo cuatro millones.

Dos – Isla Huemul, Río Negro

En mil novecientos cuarenta y ocho, Ronald Richter, un físico alemán nacido en la región de los Sudetes checos y que había trabajado para los nazis, convenció al presidente de Argentina, Juan Domingo Perón, de encarar el proyecto de obtención ilimitada de energía a partir de la fusión nuclear
Un año después se anunciaba en la Casa Rosada de Buenos Aires, que "El dieciséis de febrero de mil novecientos cincuenta y uno, en la Planta Piloto de Energía Atómica en la Isla Huemul, de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica."
Ya se sabe el final de esta historia: en mil novecientos cincuenta y dos, una comisión auditora desenmascaró el engaño de Richter; y a los pocos meses se dio por concluido el Proyecto Huemul.
Lo que no se conoce es que, en realidad, las instalaciones de la isla fueron reacondicionadas a partir de mil novecientos cincuenta y cinco, para servir de base de operaciones al Proyecto Huemul Dos, completamente alejado de los sueños megalómanos de Richter, y orientado al estudio de fenómenos cuánticos. A los pocos meses estaba instalado el primer acelerador de partículas, un primitivo generador de Cockcroft-Walton que, oficialmente, fue llamado Linac Uno, al que todos los involucrados en el proyecto llamaron Liny. Con él se realizaron las primeras pruebas que condujeron al descubrimiento del efecto Lovera; y, por lo tanto, a la conjetura de Zabala-Cismondi.
Cuando los integrantes de la dirección del Proyecto se enteraron del desastre de Little Cedar, entrevieron lo que se avecinaba y cambiaron, en consecuencia, la dirección de las investigaciones. Se decidió que la isla era un lugar lo suficientemente seguro e inofensivo para permitirse pensar en una especie de Arca de Salvación. Confiados en esto, tomaron las medidas necesarias para reunir allí a los más brillantes científicos de todo el mundo, que hubiesen sobrevivido a la debacle de la guerra.
Pronto estuvo claro para todos que la vida en la superficie de la tierra, tal y como se la conocía, tenía los días contados. Las mediciones Geiger mostraban que las nubes radiactivas, lejos de disiparse, crecían. Además, se detectaron grandes cantidades de torio 230, con una vida media de más de ocho mil años. Se debía encontrar la forma de eliminar esta contaminación, o bien arbitrar los medios para esperar los ochocientos siglos hasta que la radiación desapareciese naturalmente.
Con la suficiente lucidez, y no sin serios conflictos, se decidió orientar los escasos recursos a conseguir un ámbito seguro, y a salvo de la devastación donde poder trabajar en las posibles soluciones. Se demostró que ni siquiera en instalaciones subterráneas o, incluso, submarinas estarían a salvo; por lo que casi inmediatamente se pensó en el espacio.
La estación espacial Suyai —esperanza en mapudungun, el idioma mapuche— estuvo lista y funcional en mil novecientos setenta y dos, en órbita lunar. De acuerdo al Plan de Evacuación, se enviaron 400 humanos, 200 machos y 200 hembras, toda la tecnología y la información posible y la más completa dotación genética que se pudo reunir.
Desde entonces, la humanidad vive allí. En la Tierra no queda nadie desde hace mucho tiempo.

Tres – Suyai, órbita lunar 100K

Trescientos años después, las condiciones no habían hecho más que empeorar. Todos quienes alguna vez habitamos Suyai, padecimos desordenes alimentarios causados por la dieta insuficiente de unos escasos cultivos hidropónicos, y la poca tolerancia al prolongado uso de alimentos sintéticos. Todos quedamos estériles, debido a la exposición a la radiación gamma de los rayos cósmicos, por lo que nuestra reproducción debió basarse exclusivamente en la clonación, con desarrollo fetal extrauterino. Nuestros músculos se atrofiaron, y ni siquiera pudimos considerarnos humanos completos: a los niños que nacían, y de acuerdo con el Plan, les amputaban ambas piernas al año de vida, como respuesta a la falta de espacio para vivir —¿para qué se necesitan piernas en gravedad cero?—; en lo que, irónicamente, terminó transformándose en una especie de rito bautismal y de comunión, debido a que estas piernitas se usaban como alimento para la población de la estación. Los problemas psicológicos eran extraordinariamente variados y muy difíciles de resolver, nuestra expectativa de vida era de apenas 32 años, e iba disminuyendo con el paso del tiempo. La tasa de mortalidad por asesinatos ascendía al veintidós por ciento. Y no podíamos darnos el lujo de castigar a los criminales: en general eran, también, excelentes científicos, y muy necesarios.
Nos transformamos en neardenthales del espacio.
El Plan de Evacuación había comenzado a desmadrarse unos ciento cincuenta años antes. En pocas palabras, pecó de optimismo respecto de nuestro comportamiento como civilización residual, según la terminología utilizada. Se suponía que nuestra misión consistía en generar condiciones para volver a la Tierra y rehacer la humanidad. En todo momento buscamos la forma de lograrlo, intentando superar el legado de las bombas sucias. Pero no obtuvimos resultados prácticos. Por otro lado, los cálculos más optimistas decían que en la Estación íbamos a desaparecer antes del siguiente siglo. De una u otra manera, estábamos condenados.
Sin embargo, algunos pocos de nosotros éramos partidarios de un enfoque completamente diferente y ajeno al Plan, que, para ese entonces ya había alcanzado el estatus de religión. Pensábamos que aunque muriésemos, podíamos salvar a la Humanidad. Recordamos los estudios iniciales del Proyecto Huemul Dos, y el efecto Lovera. Nuestra posición era opuesta a la de la mayoría, y nos hicimos rebeldes. Así empezamos, en el espacio y cerca de la Luna, la Cuarta Guerra Mundial.
Finalmente, ganamos. Aunque sólo quedamos catorce.

Cuatro – Conjetura

En las investigaciones que llevamos a cabo para intentar volver, tropezamos con una serie de ecuaciones que daban respuesta válida a los escenarios previstos por la Conjetura de Zabala-Cismondi.
En mil novecientos sesenta y uno se observó, en los experimentos realizados con Liny, que bajo determinadas condiciones de energía y polaridad de las cavidades resonantes, los haces de partículas parecían estar duplicados. Rápidamente, el doctor Santiago Lovera intuyó que se estaba en presencia de un desfasaje temporal; es decir la coexistencia, en el tiempo presente, del pasado y el futuro de la misma partícula; efecto que se conoce con su nombre. El fenómeno era totalmente inestable e impredecible; y, en apariencia, inofensivo; porque si bien se detectaba la presencia de dos haces, el resultado de las colisiones en la operatividad del acelerador Liny implicaba la ingerencia de uno solo de ellos. Gabriel Zabala y Carlos Cismondi, por su parte teorizaron que, en realidad, no se observaba una alteración del tiempo, sino la coexistencia de dos universos; y luego de ese instante de fase, como lo llamaron, cada haz observado dejaba su impronta en su respectiva materialidad. Claro que esto implicaba la existencia de dos Linys, dos Proyectos, dos Tierras. Y entonces, ¿porqué no pensar en infinitos Linys, infinitos Proyectos, infinitas Tierras?. Zabala y Cismondi propusieron la coexistencia, en todo momento —e hicieron una clara distinción entre el concepto de momento y el de tiempo— de infinitos universos similares, que llamaron Multiverso. Decían que en Liny transitábamos, sin darnos cuenta, entre dos universos tangenciales: uno en el que existía un solo haz de partículas y otro donde se veía ese haz, y otro igual, visitante. Y postularon que la experiencia perceptible de cada uno de nosotros, que definieron como realidad, se manifestaba en sólo uno de ellos. No avanzaron mucho más, ni llegaron a descifrar el modo en el que fuese posible el pasaje entre universos.
La Guerra iniciada en mil novecientos sesenta y tres acabó con esta línea de investigación.
Desesperados, nosotros quisimos retomarla en Suyai. Los más fundamentalistas pensaban que hacer esto era una blasfemia al Plan. Nos acusaban de sostener un pensamiento primitivo que ellos equiparaban con el paganismo. La que llamamos Cuarta Guerra Mundial fue, en esencia, una guerra religiosa; y nuestro triunfo nos permitió seguir el trabajo en los términos de la Conjetura. Abandonamos la finalidad de la Estación, nos deshicimos de todo el material guardado que no nos sirviese y, por ende, de toda la historia de la civilización; y nos dedicamos de lleno a trabajar en el Multiverso.
Logramos demostrar matemáticamente la existencia de los infinitos universos paralelos, como transitar de uno a otro y nos fue posible situar a la realidad tangible y vivencial en sólo uno a la vez, eligiéndolo de acuerdo a nuestra conveniencia. La solución de Agujero Negro de Reissner-Nordstrom, continuada a través de una singularidad espacial evitable para un viajero, describía dos universos asintóticamente planos unidos por una zona de agujero negro, el que debíamos generar.
Demoramos doce años más en desarrollar, proyectar y fabricar la maquinaria necesaria para obtener la singularidad. Para ese entonces, sólo quedábamos cinco.
Resolvimos elegir un escenario posible para cada uno de nosotros (a través de las ecuaciones nos era permitido elegir tiempo y espacio) para intentar revertir el desastre; y marchar hacia uno de ellos. Las probabilidades de obtener algún resultado positivo estaban astronómicamente en nuestra contra, pero todas las demás opciones conducían indefectiblemente a la extinción.
A mi me tocó viajar a los Estados Unidos de América, en mil novecientos sesenta y tres, para matar a John Fitzgerald Kennedy.
Entré a la máquina e inmediatamente me envolvió un torbellino de luces que me destrozó en millones de explosiones pequeñísimas. Todo mi cuerpo adquirió una masa inconmensurable y se transformó en un agujero negro, que se invirtió de este otro lado; en una operación terriblemente dolorosa que no entiendo cómo pude soportar.

Cinco – Dallas, Texas

Llegué a Texas, en este universo, en octubre de mil novecientos cincuenta y nueve. Debí representar el papel de un hombre perdido y mentalmente desequilibrado, al que internaron en el Centro Médico DeBakey, en Houston; al confundirme con un veterano de guerra. Los tres años siguientes los usé para adaptarme a la vida en la Tierra, en la que nunca había estado. Recuperé mis músculos atrofiados y, no sin grandes dificultades aprendí a respirar este aire y a manejarme con la gravedad.
Según entiendo, mis cuatro compañeros deben haber fracasado, ya que la realidad estuvo donde yo estuve.
Casi un año antes de la gira de Kennedy comencé con los preparativos. Ya conocía los acontecimientos que se producirían, por lo que no me fue difícil armar una estrategia para realizar el atentado. En las elecciones que lo habían llevado a la presidencia, Kennedy había ganado por muy escaso margen en los estados del sur; y en ellos, los sondeos no eran muy favorables para las elecciones que debían realizarse en mil novecientos sesenta y cuatro; por lo que los encargados de la campaña planearon una visita a Texas para el otoño de mil novecientos sesenta y tres.
Sabía que Kennedy visitaría Houston, San Antonio, Fort Worth y Dallas. Estuve en las cuatro ciudades, y decidí matarlo en San Antonio. El plan falló cuando la persona encargada de proveerme el arma fue detenida por los servicios. Entonces, sólo me quedaba una oportunidad. Como plan alternativo, había elegido Dallas.
Todo lo demás es historia en este universo; la que ustedes conocen y pueden encontrar en cualquier libro, a pesar de las teorías conspirativas.
A las once horas y cuarenta minutos del 22 de noviembre el Air Force One de la comitiva presidencial aterrizó en el aeropuerto Lovefield de Dallas. Inmediatamente, la limusina descapoltable Lincoln Continental del sesenta y uno salió con rumbo al centro de la ciudad. En ella iban el presidente Kennedy, su esposa Jackie, el gobernador de Texas y su mujer, un agente del servicio secreto y el conductor.
A las doce horas y treinta minutos, la caravana llegó a la Plaza Dealey, giró a la derecha por Houston, luego a la izquierda por la calle Elm. Yo estaba ubicado en Grassy Knoll, a la derecha del paso de la comitiva, tras una empalizada de madera. Pueden verme en la famosa fotografía de Mary Moorman. Mi contacto, un pequeño traficante de Duncanville, también veterano, me había provisto de un rifle italiano calibre seis y medio, modificado y con mira telescópica; con el que pude realizar tres disparos certeros en menos de nueve segundos. El film de Abraham Zapruder registra el momento, aunque yo estaba detrás de él, por lo que no pudo filmarme.
Contra todos los pronósticos, tuve éxito. A las trece horas cuarenta y ocho minutos los doctores confirmaron oficialmente la muerte de Kennedy.
De acuerdo a lo planificado, no importaba que me atrapasen; porque, de todas maneras, mi misión estaba cumplida y la humanidad salvada. Había previsto ingerir una cápsula de cianuro; y aún si no podía hacerlo, no era relevante; por que mi historia sería inverosímil para cualquiera que la escuchara. Pero nadie me buscó.
A pesar de todo, en la confusión de las horas siguientes, y sin proponérmelo, logré evadirme; quizá amparado en mi condición de lisiado al que le faltaban ambas piernas. A nadie se le ocurrió revisar mi silla de ruedas, en la que escondí el arma.

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