De no creer, señor policía ¿Cómo iba a saber que era Samsa? Lo conocí de niño, una hermosura de criatura, y no se parecía en nada a eso que maté a chancletazos. Acá tiene el arma asesina. No se manche con los pedazos que están pegados a la suela.
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domingo, 29 de agosto de 2010
Variaciones sobre «La metamorfosis» de Kafka XVI
Entiendo su punto de vista, señor Samsa, pero su hijo no puede viajar en la cabina del avión. Debe despacharlo en una jaula, previo paso por zoonosis. Cualquier duda que tenga, reclámele al señor Kafka.
Variaciones sobre «La metamorfosis» de Kafka XV
No es que no te querramos, hijo, pero ¿podrías no meter tu cabeza en la olla para tomar la sopa? Para nosotros, los que aún somos humanos, esa baba que dejás tiene un gusto asqueroso.
sábado, 21 de agosto de 2010
Clamor de un caído
La lluvia lavó nuestros pecados. Todos y cada uno de ellos. Una pena. Antes, durante la sequía, todo era más divertido.
Soledades
Cerró los ojos y trató de pensar en algo hermoso por sobre el ruido atronador que se acercaba a pasos agigantados. En su mente se comenzó a formar una imagen borrosa, oscura, pero que se auguraba bella. Adivinó una flor a orillas de un arroyo, una nube, un pájaro. No tuvo tiempo para nada más. El tren le pasó por encima.
Talismanes
Pata de conejo; relicario con una astilla de hueso de la mano izquierda de San Macario mártir; genio en la botella —quizá el mismo que obnubiló a Aladino—; herradura de siete agujeros que perdiera Babieca en una escaramuza durante el largo sitio de Valença; trébol de cuatro hojas encontrado en la base de los Highlands escoceses, en la primavera de mil novecientos noventa y tres; canto rodado con la runa Eoh grabada en él, hallada en las orillas del Liger, cerca de donde éste se vierte en el Atlántico; un viejo talit, descolorido, que según la tradición perteneciera al mismísimo Rabbí Moshe ben Maimón; escapulario de la Inmaculada, de un azul desvaído; ta’weez que usó el muftí Ahmad ibn Adam cierta vez que se quebró tibia y peroné; grigrís que preparara un Babalorixá de Pernambuco; eguzki-lore robada de un caserío de Barakaldo, los ocho ashta mangala del budismo vajrayāna.
No hubo caso. Fueron al alargue y después perdieron por penales.
lunes, 16 de agosto de 2010
Variaciones sobre «La metamorfosis» de Kafka XIV
En las alcantarillas de Praga suele verse la silueta de un monstruoso insecto que aterroriza hasta los roedores que pueblas las cañerías. Las madres ratas asustan a sus hijos:
—Si no comés los desperdicios, te va a llevar Gregor Samsa.
Variaciones sobre «La metamorfosis» de Kafka XII
—Mami ¿falta mucho?
—Dos días.
—Mami ¿falta mucho?
—Un día.
—Mami ¿falta mucho?
—No, dale. Andá
Gregorio salió feliz de la casa. Era Carnaval. En medio de los disfraces nadie se espantaba al verlo y podía recorrer los lugares de Praga que le estaban vedados el resto del año.
sábado, 7 de agosto de 2010
Variaciones sobre «La metamorfosis» de Kafka IX
—¡Vago! —gritó el jefe de Samsa —¿no va a trabajar porque se encuentra indispuesto? ¡Tonterías! ¡Usted es un mal empleado! No me venga con que se ha transformado en un bicho. He escuchado escusas ridículas, pero esto es el colmo. Usted siempre fue un gusano, un parásito, una larva.
El fin del idilio
Yo estaba fervientemente enamorado de ella. Era tan perfecta, que hasta tenía defectos —los mínimos, justos y necesarios—. Pero al fin y al cabo, lo nuestro no pudo ser. ¿Porqué, me pregunto, mi amor por ella tenía que ser correspondido?
El efecto Chunag Tzu
Chuang Tzu, en Pekin, soñó que estaba enamorado de Li Pei y que en su estómago una mariposa agitaba sus alas, provocando un huracán al otro lado del mundo, tan enorme que llegó hasta la China entreverándolo todo, de manera que Tzu se mezcló con su sueño; y ahora el pobre no sabe si es él, la mariposa, si está enamorado de Pei o de su hermana, o las odia a las dos; si está en Pekin, en Nueva York o es, quizá, el que está leyendo esto y espera, desesperadamente, que alguna mariposa lo despierte.
domingo, 1 de agosto de 2010
Escuchado en las playas cercanas a la desembocadura del Escamandro, o cómo se decidió de qué manera engañar a los troyanos
—¡Lo tengo!— dijo el fócida Esténelo, cazador de zorrinos, hijo de Epeo; cuyas preferencias por las fiestas orgiásticas eran bien conocidas— Hagamos una gran torta, nos metemos dentro, y salimos de golpe, todos en sunga, tal como hicimos en el aniversario del natalicio del etoliano Eurímaco, tomador de ginebra, hijo de Yálmeno; que cuando fue a soplar las velas, le salieron veintidós vírgenes de Afrodita. Recuerdo que…
—Está bien, está bien— terció Odiseo, rey de Ítaca, hijo de Laertes —La idea es buena, pero en una torta no entramos todos.
—Sos un animal— acotó el beocio Peneleo, domador de avestruces, hijo de Toante
—Sos un caballo— dijo el cretense Meríones, corredor de conejas, hijo de Filóctetes
—¡Eso! ¡Hagamos un caballo!— opinó Euríalo, cantor de pasodobles, hijo de Trasímedes; entusiasmado, mientras volcaba su copa de vino sobre la cara del ecaliano Macaón, pescador de mojarras, hijo de Anticlo; que dormía su borrachera
—¿Y por qué no una torre? ¡O un alfil!— se entusiasmó el lacedemonio Meges, tomador de viagra, hijo de Menesteo
— ¡Porque el ajedrez no se inventó todavía!— le contestó el orcómeno Tersandro, barredor de veredas, hijo de Macaón —¡otro animal!
—Otro caballo— habló nuevamente Meríones —¿lo ven? Un caballo. Tenemos que hacer un caballo.
—¿No sería más fácil hacer una flor?— acotó el elidiano Eurípilo, comedor de galletitas, hijo de padre desconocido —Nos envolvemos en grandes pétalos rosados; y, cual flor de cestrum nocturnum, al caer la noche la abrimos, y entonces…
—Callate, puto— ordenó el melibeo Equión, soplador de nucas, hijo de Polípetes.
—¿Y de qué tamaño sería el caballo que proponés?— interrogó el rodaciano Anfidamante, inflador de globos, hijo de Toante; dirigiéndose a Meríones
—Y, no sé— dijo éste —debería ser para unos cuarenta guerreros.
— Capacidad: cuarenta pasajeros sentados— acotó el simeano Idomeneo, fumador de cannabis, hijo de Eumelo.
—¿Cómo? —preguntó Euríalo
—¿De qué habla? —interrogó Meríones
—No le hagan caso. Alucina. Dice que el oráculo le muestra cosas. Déjenlo— contestó el pilota Demofonte, saltador de tapiales, hijo de Ciarripo.
—Va a parecer una carroza de carnaval— intercedió Meges
—¿Una qué de qué?— preguntó el filacteano Ifidamante, escupidor de guanacos, hijo de Podalirio
—Desde que se junta con Idomeneo, también dice que ve cosas extrañas— explicó Demofonte—Sigamos.
—Si tiene hijitos adentro— interrumpió Eurípilo —no sería un caballo, sería una yegua
—Hablás de nuevo y te mando a limpiar a lengüetazos la estatua de Apolo, puto— amenazó, ahora, Equión
—¡¿Apolo es puto?!— dijo, asombrado, Macaón despertándose del sueño de su borrachera y saboreando una gota de vino que resbalaba hacia su boca —¿Y quién apagó la luz?
—Nadie, salame— dijo el filaceo Cianipo, juntador de cartones, hijo de Neoptólemo; mientras le pegaba un coscorrón en la cabeza a Macaón —te dormiste a media tarde, con el sol en plena jeta.
—Soñé que estaba dentro de un caballo— comentó el borracho.
—¡Santísimo Baco!— dijo Odiseo —¡Es un mensaje de los dioses!
—No jodas, Odi— interrumpió el éspora Agapenor, limpiador de parabrisas en los semáforos, hijo de Teucro; que era consejero de Odiseo, y por tanto con derecho a tratarlo haciendo uso de ciertas libertades —éste tiene un pedo bárbaro…
—¡No, no!— contestó Odiseo —los dioses se manifiestan de maneras extrañas. ¡Será un caballo!
—Puede ser una torta con forma de caballo— volvió al ataque Esténelo —Y adentro nos metemos nosotros y cuarenta vírgenes de Artemisa…
—¡Terminala!— dijo Peneleo
—Por ahí, con veinte alcanza…
—¡Basta!— dijeron todos al unísono
—A mi me parece que una flor no estaría mal …— empezó nuevamente Eurípilo