—No sé… —dijo papá un segundo antes que lo atravesase un aguijón gigante.
Mis manos y brazos y parte de mi cara se disolvieron en un ácido espeso que salió de las fauces de una especie de dragón; y que derritió, también, todo el asiento trasero y el baúl.
Estas películas del autocine son cada vez más reales…
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