Los derrotados tienen a favor
su odio profundo
la obvia necesidad de una venganza
las ganas de revancha
el placer de decir
volveremos
en discursos, proclamas, entrevistas,
diarios, flashes y pancartas;
el llanto derramado
cicatrices que más o menos
cada aniversario sangran.
Es probable que cuenten
con la ventaja de haber sido
no solamente blanco, lógicamente,
de los que ganaron
sino, además,
sino, además,
de los cronistas de campo de la ci en en
o de un morondánguico canal del mismo barrio.
Por supuesto tienen una historia
futuramente apócrifa
que difiere levemente en tonos y matices
de la que aparecerá
en manuales, cidis,
muvies, videoguéims,
muvies, videoguéims,
joumpéigs o quíen sabe
qué futuro
progreso tecnológico.
En cambio
En cambio
los ganadores tienen
un precipicio al frente.
Y no pueden escapar al salto
so pena de dejar todo en manos
de los despreciables gusanos
a los que vencieron.
No dejarán de perpetuarse en bronce
ni de escribir loas y poemas épicos
que lleguen al futuro y etcéteras
etcéteras, etcéteras.
Escribirán, por cierto, la historia verdadera;
se autootorgarán medallas a dudosos honores
Pero
allá
muy en el fondo, al menos habrá uno
que repita la pregunta
que vuelven a hacerse siglo a siglo
los beneméritos y amados
triunfadores:
¿Qué hacemos ahora que ganamos?
¿Qué hacemos ahora que ganamos?
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