—No, mi general —dijo Clemente—. Para entrar en nuestro Valhalla también deben faltarle a usted los brazos. El fantasma del viejo general se retiró confundido, apesadumbrado y sin entender por qué. Y para peor de males, sin manos con las cuales rascarse la cabeza.
Detrás de Clemente, la Mulatona bailaba moviendo sus caderas
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