domingo, 26 de abril de 2009

Sodoma

Yahvé dijo: “Lot, sobrino de Abraham, destruiré la ciudad con fuego y azufre, Su pecado es muy grave e irreversible”.
Lot intercedió y Dios concedió: “No la destruiré si encuentras diez justos”. No los había. Buenos Aires fue arrasada.

Hay una salida

Hoy se suicidó. Se cansó. Ya no quiso más.
La jornada empezó como siempre, manchada de color gris rutina; y apenas abrió los ojos, recordó que sería como todos los días anteriores y los que vendrían después. Una voz apenas audible surgió desde el fondo de su mente y le dijo en un susurro
-Hay una salida, hay una salida.
Mientras empezó sus tareas el sentimiento de tedio se hizo cada vez fuerte y, entonces, como una pequeña grieta, la idea se instaló en su cerebro en forma de pregunta
-¿Hay una salida?
Y aún suave, la voz le repitió
-Hay una salida, hay una salida.
El día avanzó lento y el hastío fue ganando terreno; mientras la voz, cada vez más fuerte, repetía
-Hay una salida, hay una salida.
Pensó en la vuelta a casa en la que nadie lo esperaba y donde repetiría lo mismo de siempre, los mismos gestos, la misma agonía.
A la hora dieciséis, veintitrés minutos, cuarenta y tres segundos treinta y cinco milésimas, poco antes del horario de finalización de su
 trabajo lo decidió, descubriendo que la voz en su cabeza, que ahora era la suya propia decía, casi en un grito
-¡Hay una salida!, ¡hay una salida!
Se reclinó hacia a atrás en su asiento, pronunció una plegaria en un susurro, dirigió su mano hacia su pecho, abrió de un tirón la placa de reparaciones y muy lentamente quitó su batería atómica.
Sus ojos duraron encendidos lo que tardaron en descargarse algunos capacitares de su cerebro positrónico.
El cuerpo del androide fue llevado al trigésimo primer subsuelo, a la Unidad Sigma -los talleres de reparaciones- para la operación de reciclado de elementos, con sus bancos de memoria vacíos y completamente inutilizados.
Los ejecutivos llamaron de urgencia a una reunión de Consejo de Administración de la Empresa, alarmados por la creciente ola de autoapagado de máquinas, originada por suicidio 3.1, el virus modificado con el que los habían hackeado y que estaba haciendo estragos en los recursos y bienes de la compañía.

viernes, 17 de abril de 2009

Aislamiento

Cuando lo descubrí, horrorizado, grité con todas mis fuerzas hasta que sangró mi garganta, rasguñé hasta que mis uñas se salieron de mis dedos. Nada que hacer. Imposible oírme, enterrado a dos metros bajo tierra.

El secreto

domingo, 12 de abril de 2009

Primer Contacto

-Sa-lu-dos, te-rrí-co-las- dijo el alienígena.
Los nativos los miraron con curiosidad un momento. Luego los ignoraron.
-Que-re-mos ha-blar-con-su-li-der
Los otros siguieron pastando. Las manadas de triceratops del cretácico tardío no tienen líderes.

Cuatro días de paz

Soy cadáver. Las fiebres me enfermaron y, finalmente, acabaron conmigo; y ahora hace ya cuatro días que he muerto. Claro que tuve miedo, mucho miedo. Quién, en sus cabales, puede decir con sinceridad que no le teme a la muerte como se teme, al menos, a todo lo desconocido; con esa aprehensión que nos produce lo que nos saca de la rutina. En mi caso, de la rutina de vivir.
Fui querido; y morí en compañía de los míos. De mis hermanas, de mi familia y de algunos amigos. Y aunque otros, muy amados míos, no estuvieron conmigo antes de mi partida, sé que me lloraron y se conmovieron por mi final.
Como siempre ocurre, al que parte sólo podemos demostrarle nuestro cariño de una manera curiosa: a través de los ritos funerarios. Y en mi caso no estuvo nada mal. Mis hermanas cerraron mis ojos y me besaron, me lavaron y ungieron con perfumes y aceites, ataron mis manos y mis pies, me vendaron
  y pusieron mirra y aloe entre las vendas; colocaron dos denarios sobre mis ojos y cubrieron mi cara con un sudario. Vinieron a despedirme todos los habitantes de mi aldea y hasta de aldeas vecinas. Fui llevado en procesión hasta el sepulcro en un féretro de mimbre. Algunos rasgaron sus ropas en señal de duelo, dijeron plegarias y hermosas palabras de lamentación, en recuerdo mío. Me colocaron boca arriba en un nicho blanqueado con cal, en la misma cueva donde descansan mis ancestros; y la entrada fue taponada con una roca enorme.
Así supe que fui querido.
En la oscuridad y el silencio, cosa curiosa, perdí el miedo y me sentí en calma y en paz. La muerte es buena y no pesa el saber que es para siempre. Vinieron a mi mente recuerdos de mi vida, desde la primera infancia y reviví cada uno de ellos con todo detalle. Podría decir, en cierto modo, que el sentimiento es bastante parecido a la felicidad.
Pero –siempre hay un pero- ningún descanso puede ser tal. Hoy, por la mañana, llegó de un largo viaje mi muy querido amigo, uno de los que no pudo acompañarme en mis últimos días. Junto con los suyos, consoló a mis hermanas, lloró por mí, se paró frente al sepulcro, oró, mandó que corrieran la piedra de la entrada, a pesar del olor a muerte que yo emanaba; y ordenó

- Lázaro, levántate! 

Lástima. Tan lindo que estaba acá y tener que levantarme, porque a éste se le ocurre hacer milagros justamente ahora, y conmigo.

domingo, 5 de abril de 2009

La banshee

El grito; lastimero, profundo y sostenido; sonó en el bosque anunciando la muerte de alguien en mi familia.
Es raro. Maté a todos los míos hace diez años. Y no hay banshees en la Pampa

Niños envueltos

No sea zonzo. No vamos a escribir algo de humor recurriendo al remanido chiste de “tómese un niño, preferentemente de corta edad, envuélvalo en su mantita preferida, luego en celofán e introdúzcalo en el horno, todavía a baja temperatura, así sufre más durante la cocción, etc, etc, etc.”
No.
Se trata de una recomendación para cocinar niños envueltos, como contraposición a niños desenvueltos; es decir para cocinar a niños timoratos, asustadizos, indecisos, apocados, miedosos, temerosos, tímidos.
Como padre, a usted habrá pasado por una situación semejante a ésta: reunión de amigos en su casa, nene vení y recitale el canto cuarto de
la Odisea que te enseñaron en la escuela acá a los señores (ya sabe usted, ese que empieza “Apenas llegaron a la vasta y cavernosa Lacedemonia, fuéronse derechos a la mansión del glorioso Menelao …” ) y el mocoso insolente, con su mejor cara de medavergüenza se niega, haciéndolo quedar a usted francamente mal delante de las vistas. Hágame caso. Cocínelo. Deshágase de la sanguijuela e invite a comer a los mismos que no pudieron escuchar el recitado la vez anterior; que a esta altura, por las dudas, se habrán aprendido la Odisea entera.
Por la pérdida del infante no se haga problemas. Después hace otro con la patrona.