sábado, 28 de abril de 2018

Gente de pocas palabras. Volumen 1

Ya está en línea el ebook "Gente de pocas palabras. Volumen 1".
Tuve el honor de compilar los textos de esta antología para el Espacio de Formación Literaria. Se trata de una selección de textos escritos por los asistentes al Seminario de Minificción que dicté en diciembre de 2017, en la Librería Garabombo de San Martín.

Pueden leerla acá

domingo, 22 de abril de 2018

¡Nos vemos en la Feria!


Microficción y Teleconferencia

Una hermosa experiencia: Teleconferencia (¿aún se dirá así?) con los chicos de 5to grado de la Escuela General San Martín de General Deheza, Córdoba; en la Jornada Extendida de Literatura y TICs. Hablamos de microficción y acerca de mis experiencias como escritor. La pasé genial. Ahora, se viene el libro de microcuentos escritos por los chicos.
Un millón de gracias a mi hermanita Griselda Frini y a mi querida sobrina Mili Tavella.
Por supuesto, estas cosas de la tecnología nos jugaron alguna mala pasada; pero, previsores, teníamos Plan B: tratamos con Skype; terminamos usando WhatsApp. 
Las preguntas de los alumnos, muy, muy buenas.




domingo, 8 de abril de 2018

Agujero de Gusano

Un Agujero de Gusano o Puente de Einstein-Rosen, es una posible característica descrita por las ecuaciones de la Relatividad General, una desviación que permitiría acortar camino entre dos puntos del espaciotiempo; y presenta, al menos, dos extremos conectados. La materia podría viajar de un extremo a otro.

Guardia, Cima Quattro
23 de diciembre de 1915

Una noche entera / tirado al lado / de un camarada masacrado 
su boca / gruñona / vuelta hacia la luna llena / la hinchazón 
de sus manos/ penetrando /en mi silencio / He escrito / cartas llenas de amor.
Nunca me he asido / tan / firmemente a la vida

Giuseppe Ungaretti

He pasado la noche en un pozo de obús. No sé dónde estoy, pero el río Isonzo está al frente mío y más allá, a mi izquierda, el Monte Maggiore. Tengo frío. No siento mis manos, ni mis pies. Las suelas de mis botas se despegaron hace meses y no impiden que el barro congelado impregne mis medias, hechas harapos. Debí envolver mis pies con los restos de una raída gabardina, arrancada a un enemigo muerto que quedó colgado en las alambradas de púas, y al que las ráfagas y las explosiones mueven como si fuese marioneta. Perdí dos dientes a causa del frio y del escorbuto. Me torturan el hambre y la sed. ¡La sed! Luiggi murió hace unos días. Lo mató la infinita sed, que quiso saciar tomando el agua podrida del sistema de enfriamiento de una ametralladora abandonada.
    Esta ofensiva sobre el Carso, en Goritzia, comenzó el diez de noviembre; pero nos estancamos en el valle, y se nos hace imposible cruzar el río. Hace dos días comenzó el invierno.
    Estoy en una ladera perforada por miles de hoyos que dejó la artillería y en los cuales, mis camaradas y yo, apenas vivimos. Somos fantasmas rodeados de los cadáveres insepultos de los caídos. Ya no distingo entre el olor dulzón de la putrefacción, apenas atenuado por el frío; ese otro, pegajoso, de la pólvora, y aquel, parecido al heno mojado, del fosgeno con que nos envenenan los austríacos o, a veces, nuestros propios generales. Es un paisaje desierto, violado, que se despierta cuando cesan los bombardeos y se defiende con la misma furia que hizo célebres a los soldados del «Alessandria» —mi regimiento, el 155 de Infantería—, hermanos míos acostumbrados a luchar sobre el terreno roto y sembrado de trincheras, proyectiles sin estallar, andrajos de tela verde y gris, armas destrozadas, cascos rotos y pobres restos humanos que intentan escapar  de la niebla sucia y el humo. La nieve que cae no puede cubrir la desolación y, en seguida, se ensucia de un gris macilento.
    La madrugada ha sido larga y oscura. En silencio, llamo a mi madre, necesito a mi padre y volver a recorrer mi pueblo. Extraño un fuego cálido que atenúe este sufrimiento. La luz de una vela es muerte que viaja desde los francotiradores del imperio. El día no quiere llegar y se oculta en la bruma oscura del alba.
    Mis dedos ateridos acarician a mi buen fusil: un seis cincuenta Mannlicher-Cárcano, diseñado hace un cuarto de siglo por el viejo general Paraviccini. Ya perdió su bayoneta, y su culata se rompió hace un tiempo, cuando peleamos juntos, al lado de los «Arditi», esos locos desenfadados a quienes masacraron en la cabeza del Puente de Tolmino.
    La artillería austro-húngara comenzó su rueda habitual hace una hora; estamos ensordecidos por las atronadoras explosiones, ciegos y llenos de miedo. Ahora llega el turno de su infantería. Atacan nuestras posiciones, subiendo la colina en una carrera suicida. Morirán muchos de ellos, como todos los días; pero sé que esta vez no podré sostenerme: en el peine de mi fusil sólo queda una bala.
    Con el estallido del último obús, lo veo. Como una aparición, un enemigo sale del humo y corre hacia mí; con un grito enmudecido, casi una mueca, grabado en su rostro. Es un soldadito de cabellos rubios, casi un niño, sucio, enflaquecido y con más miedo y más ganas que yo de abandonar esta lucha. Atraviesa casi volando trincheras y alambradas y cuando está a veinte metros míos, me dispara.
    En ese último segundo, apenas tengo tiempo para apuntar mi fusil. Mi enemigo se esfuma y, en su lugar, aparece un torbellino que se abre como un túnel, entre destellos enceguecedores y fugaces, de verdes, naranjas y celestes. En su interior veo un día de sol, una ciudad increíble, una plaza muy verde —¡no recordaba el color de las plantas!—, unas vías de tren, una calle de color azul oscuro; y muchas personas vestidas de manera extraña que vitorean a los ocupantes de un vehículo negro, brillante y descapotado que parece venir hacia mí. De alguna manera sé que estoy mirando el futuro, y ese hombre que saluda, sonriente, a la multitud, que está al lado de la mujer vestida de rosa, aún no nació, y en cuarenta años mandará sobre nuestros amigos del norte de América, será el hombre más poderoso de la tierra y estará sentado en ese automóvil, recorriendo las calles de la ciudad de Dallas.  
    Todo ocurre con gran rapidez. Mi mente no logra hacer que mi mano detenga la orden impartida antes de que aparezca la visión, entonces, con ese hombre sonriente en la mira y a unos cien metros de donde estoy, disparo mi última bala. El proyectil dibuja una estela al penetrar en el túnel, desaparece de ésta época, impacta en la garganta del blanco y le destroza la cabeza.
    El torbellino se diluye tan velozmente como se formó. La bala del austríaco me alcanza en el pecho, y yo muero. Quedo tirado en este pozo. En unos meses, podrido, frío y sin nombre; me llevarán al Sagrario de Oslavia donde mis huesos dormirán junto a otros cincuenta mil caídos en estas batallas; desde la Bainsizza hasta el mar.
    El hombre que morirá dentro de cuatro décadas jamás sabrá que he existido.

lunes, 2 de abril de 2018

Mi cuento "La mujer que cantaba" en la Revista AWEN

En el Número 3 de la REVISTA AWEN (Venezuela), dedicado al Misterio; mi cuento "La mujer que cantaba". Una revista de magnífico contenido y exquisito diseño.

Pueden leerla acá





Mi cuento de cf "Mariana" en Ficción Científica

En el excelente sitio español FICCIÓN CIENTÍFICA, José Antonio Cordobés Montes publica mi relato de cf "Mariana".

Pueden leerlo acá