domingo, 30 de agosto de 2009

Familia religiosa

En el pueblo somos ocho primos. Nuestras madres son todas hermanas. De la Caridad. Somos hijos del mismo padre, al que le decimos tío. El cura Braulio.

Bisnes ar bisnes

Estoy felizmente casado con Analía; tenemos dos hijas: Luciana, de diez y Marisa que el fin de semana pasado cumplió quince años. Analía es abogada, muy buena ¿eh? Trabaja en el centro, en un estudio del cual es socia; especializado en casos de derechos humanos.
Es una época, qué se yo, interesante. Tiene mucho trabajo, no nos podemos quejar y ella se hizo bastante conocida. Apareció en la tele con Chiche, con el otro ese que sabe armar quilombos al aire… Antes era más difícil, pero ahora hasta el gobierno los apoya. Y es brava, ¿sabe? No la van a pasar por arriba así nomás. ¿Se acuerda cuando el despelote con el fiscal Lopéz? Bueno, fue ella la que sacó las papas del fuego cuando encontró los folios perdidos. Se metió de prepo en el despacho del doctor Saravia, y los sacó de su escritorio. Saravia no dijo nada porque no podía explicar porqué los tenía él…
¿Qué hago yo? Yo…, en fin, tengo una concesionaria de autos importados sobre Libetador, en Olivos, pero en realidad mi verdadero trabajo es, bueno, matar. Si, matar gente, personas. Y es un trabajo muy bien pagado. Y hay mucho, no crea…
Con la concesionaria tapamos las apariencias, pero los capos saben cómo es la cosa. Soy casi, casi oficial.
¡Uh! Hace rato que trabajo de esto. Desde los diecisiete. Claro que empecé por casualidad; y con un poco de suerte nunca caí, y fui aprendiendo el oficio. No sé, ya perdí la cuenta, pero deben ir como doscientos. ¿Se acuerda del caso Barrentes? Bueno, ahí estuve yo. También con el caso de los hermanos Zalazar, el del joyero del Once, el de Ventimiglia; sólo por nombrarle los últimos más conocidos … Y, hay que tener poca sangre, porque si uno piensa qué son … Yo me los imagino como muñecos, y listo.
Hace unos días recibí un encargo curioso. Debí hacer un trabajito para amedrentar a mi propia esposa. Parece que con un caso que están llevando en el estudio asustaron a un pajarito de la vieja guardia que no debe caer porque sabe mucho de cómo estaba organizada la cosa.
Dijeron que se había contemplado la posibilidad de anular a Analía, pero desistieron porque sería muy evidente y levantaría mucha polvareda. Entonces, se acordaron de mí, y me dieron el contrato. Me pagaron bien.
Lo ejecuté el sábado, en el cumpleaños de la nena. Desde un teléfono robado de esos que venden en la estación, le dejé un mensaje en el celular a mi mujer, que decía “cuidate vos a partir de ahora”.
Después, antes del brindis puse dietilglicol en la copa de la cumpleañera. Mi hija murió dos horas después en los brazos de su madre.
En este trabajo no se puede decir que no.
Bisnes ar bisnes, como dice mi amigo yanqui.
Lástima que las tres cuartas partes de lo que gané se me fueron en pagar la fiesta y en el tratamiento de Analía.

domingo, 23 de agosto de 2009

Apollo XIII

-Houston, tenemos un problema- dijo el astronauta John Swigert
-Houston ¿me copia?
Desde hacía once minutos trece segundos, cuando estalló el complejo Phoenix, no quedaba nadie en la Tierra que pudiera ayudar a la nave

Machismo Bíblico II

Herbert von Saks menciona, en su “Excursiônis Tellus Ioudeorum”, a los agridagi, una tribu de las planicies de Anatolia, y que serían los mismos khjuinihi del targúm de Onquelos y de la versión siríaca de la Biblia; que tomaron contacto con occidente bien entrado el siglo XIX; quienes guardaban un escrito muy antiguo, hoy desaparecido, con una versión diferente del Pentateuco. Allí, el pecado original no sería el egoísmo, ni la vanidad de querer saber tanto como Dios. Para los agridagi el pecado original es una mezcla de curiosidad de Adán -que consideran buena- y desatino de Eva: ella lo invitó a ver qué había fuera del Edén. Estando desnudos, Adán salió primero y Eva detrás. Una ráfaga cerró la puerta, que no tenía picaporte por fuera. Eva había dejado las llaves adentro. Dicen que el escrito detallaba, claritos, los exabruptos proferidos por Adan

domingo, 16 de agosto de 2009

El tonto del pueblo

Cada 28 de diciembre lo mismo. Bromas, bromas, bromas. El que ríe último, ríe mejor. La fiebre de Marburg, mortal y sin cura, es fácil de disimular en el tanque de agua comunitario.

Cómo pasar camellos por ojos de agujas

No es fácil y tiene sus trampas. Y lleva tiempo. Pero se puede hacer. En primer lugar, consígase una aguja de aquellas que usaban nuestras abuelas para coser colchones, de ojo grande, para no renegar tanto. Tome un camello, de tamaño mediano a chico; mátelo y proceda a trozarlo, prolijamente, en lonjas de un ancho no superior al alto del ojo de la aguja y en un espesor no mayor que el ancho de dicho ojo. Cuando mayor longitud tengan las lonjas obtenidas, mejor. A continuación deberá dejar de lado su asco, en el caso de no atraerle la carne cruda o la sangre de camello, pues deberá tomar, una a una, las lonjas obtenidas, sostenerla por un extremo entre sus dedos pulgar e índice, mojarla levemente entre sus labios; con los mismos dedos, pero de la otra mano, deberá hacer un movimiento entre circular y cónico para aguzar el extremo del trozo de carne, luego enhebrarlo en el ojo de la aguja en cuestión y pasarlo por él, con mucho cuidado. Repetirá esta operación con cada una de las partes en que haya dividido al camello. Con algunas, como los pelos, le será más fácil. Con otras, los huesos son un ejemplo, tendrá mayores inconvenientes. Por supuesto, puede ayudarse de anteojos o una lupa. No se desanime. Trate, sí, de apurarse porque esta operación le tomará varios días y quizá hasta años y el animal se irá pudriendo; haciendo, quizá, más repugnante la operación de mojar el extremo de cada parte entre sus labios.
Existe un truco para la sangre y fluidos derramados, consistente en construir un pequeño embudo que insertará en el ojo de la aguja. Con una esponja absorberá estos fluidos del piso o la mesa de trabajo; y la escurrirá en el embudo mencionado.
De esta manera, con paciencia, usted alcanzará el Reino de los Cielos.
El verdadero milagro no es este, si no armar el camello de nuevo, una vez que pasó por el ojo de la aguja. Y no me venga con ADN y clonación. Después le cuento cómo se hace. Esa es otra historia.

domingo, 9 de agosto de 2009

Placero

Qué porquería. Estoy podrido de limpiar de sangre las veredas de la plaza, porque a este pueblo de mierda se le ocurre festejar el día de los inocentes matando a todos sus chicos. Mirá: más tripas.

Ap. 6:1

Entonces, el Cordero abrió el primero de los sellos del Libro y vi al primer jinete. Llevaba un arco y una corona, y le fue dado el poder de vencer a sus enemigos. Su nombre era Victoria.
El Cordero abrió el segundo de los sellos del Libro; y vi al segundo jinete. Llevaba una espada muy grande y le fue dado el poder para quitar la paz de la tierra y hacer que los hombres se maten unos a otros. Su nombre era Guerra.
El Cordero abrió el tercero de los sellos del Libro; y vi al tercer jinete. Llevaba una balanza en su mano. Su nombre era Hambre.
El Cordero abrió el cuarto de los sellos del Libro; y vi al cuarto jinete. Lo seguía todo el infierno y le fue dado el poder sobre la tierra, para matar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras. Su nombre era Muerte.
Vi, también, que Victoria iba montado en un burro petizón, de pelaje tordillo blanco, de cabeza grande y orejas caídas. Con el trote lento, la corona de Victoria estaba ladeada, y el arco a su espalda subía y bajaba, como un elástico, al ritmo de la marcha.
Y vi que Guerra jineteaba un caballito de madera, de color rojo, con rueditas, como aquel que me regalaron mis padres para navidad, cuando yo tenía seis años. Guerra se impulsaba, trabajosamente, con sus pies; renegando en el terreno pedregoso. Arrastraba su espada, que dejaba un surco enorme en la tierra.
Y vi que Hambre montaba un matungo negro; viejo, muy viejo, afiebrado, con cicatrices de heridas antiguas y costras sanguinolentas de heridas nuevas en el lomo, las patas y la cabeza. Hambre llevaba la balanza colgada a un costado de la montura, llena de polvo y con vestigios de telarañas.
Y vi que Muerte cabalgaba un viejo caballo de calesita —reliquia arrancada de alguna plaza— de fibra de vidrio, pintado con laca amarilla descascarada. Los de la primera fila de la legión del infierno que lo seguía, se sonreían. Los últimos lloraban en franca carcajada.
Y oí que Victoria decía “Ya nadie nos respeta…”
Y oí que Guerra decía “Nadie cree en nosotros…”
Y oí que Hambre decía “Estamos muy viejos para estos trotes…”
Y oí que Muerte decía “Estos de atrás, la verdá que me rompen soberanamente las pelotas…”

domingo, 2 de agosto de 2009

Cuidado

Mientras leés esto; alguien, detrás tuyo, apresta una daga para degollarte.

Teoría de la extinción de las especies

Era la hora en que el sol está en lo más alto de su camino, cuando Jafet entró a la tienda.
— Padre.
— ¿Si, Jafet?
— Tenemos un problema.
— ¿Cual, mi primogénito?
— Resulta que …
— ¡Viejo!— Interrumpió Cam, que había entrado cinco pasos después que su hermano.
— ¿Qué querés, Cam?¿No vés que estoy hablando con Jafet?
— ¿Quién carajo hizo estos planos?
— ¡Más respeto, que me fueron entregados por Yahveh Elohim!
— Entonces, el boludo sos vos, viejo…
— ¡Blasfemo!— El padre se abalanzó, chancleta en mano, para surtir a su hijo. Entonces, interrumpió Jafet:
— Espera, padre. Aunque intempestuoso, Cam tiene razón. Creo que hay un problema.
— ¿Cual?
— ¿Qué te dijo, precisamente, Yahveh Elohim, respecto a las medidas?
— “Y de esta manera la harás: de trescientos codos la longitud, de cincuenta codos su anchura, y de treinta codos su altura”
— ¿Y los codos tomados en qué sistema?¿babilonio o asirio?
— ¡Codos son codos acá y en Egipto!
Cam terció diciendo
— Y me querés decir, viejo pavo, ¿cómo metemos a todos los bichos ahí dentro?
— Pero…
— Así es, padre. No entran todos— acotó Jafet
— No puede ser …
— Si, padre, ya lo comprobamos
— Pero… ¿Y qué hacemos?
— Preguntale a Yahveh Elohim
— ¡No me contesta!¡Me dijo que no lo llamara más y que me arregle como pueda!
— Y… vos lo molestaste bastante…
En ese momento, entró Naama a la tienda:
— ¿Qué pasa acá?
— Madre…— comenzó a decir Jafet, pero Cam lo interrumpió
— Vieja, están mal las medidas.
— ¿Cómo? ¿Seguro?
— Sí, madre— insistió Jafet —Justamente, estábamos diciéndole a nuestro padre…
Pero entonces, Naama estalló:
— ¿Ves que sos un tarado? Te dije, te dije “¿estás seguro?” “Sí” me contestaste. ¿Ves que no se te puede confiar nada?. Le pido una onza de pan, y el señor va y me trae dos mignones. Le digo que me compre una pieza de tela de lino, y el quetejedi me trae algodón, que se le van los colores a la segunda lavada ¿Qué vas a hacer, ahora?
— Y no sé. Yo …
— No te preocupes, padre…— ensayó Jafet, intentando poner optimismo, pero Naama estaba fuera de si:
— ¡Y quiere construir tamaño artefacto, cuando lo más cerca que estuvo del agua fué la vez que se bañó!
Cam insistió:
— No, si es lo que yo digo. A nado los vamos a tener que llevar a todos…
— ¿De qué están hablando? — dijo Sem, el menor de los hermanos mientras entraba a la tienda.
Naama continuó, furiosa:
— ¡Tu padre!¡el elegido!¡el justo!¡Dos años poniendo todos nuestros ahorros en este cascajo de madera! Ni salidas a visitar parientes, y mucho menos vacaciones en las montañas Urartu ¿Y para qué? ¡Para que el buen hombre le erre en las medidas!¡Y le hecha la culpa a Yahveh Elohim!
— ¡Yo no le hecho la culpa…!— se defendió el padre. Pero Naama siguió:
— ¿No pensaste en los vecinos? Cansada estoy de oirlos: “Ahí va el loco del barquito” “¿Así que va a llover mucho, don?” “¿Y porqué, mejor, no se inventa el paraguas?”. Y vos vas, y le dás de comer a esa manga de chismosos que se nos ríen en la cara. Ya los escucho: “¿No le queda algún cuartito para alquilar?” “¿Y un gomón?¿porqué mejor no sube al hipopótamo a un gomón?”
— ¿Y cual es el problema? — dijo Sem, tan pragmático como siempre
— ¿Cómo? — dijo Naama
— ¿Cómo? — dijo Cam
— ¿Cómo? — dijo Jafet
— ¿Cómo? — dijo el padre
— Desháganse de algunos bichos…
Si bien a Naama no se le pasó por alto que el “desháganse” era una clara referencia al “háganlo ustedes, que yo miro” tan clásico en Sem, inmediatamente vió la ventaja de la propuesta. Y decidió defenderla, como una manera de salvar algo del inminente escarnio al que la someterían las chusmas del barrio.
— ¡Jamás! — dijo el padre
— Callate, viejo — dijo Cam
— Podría ser … — dijo Jafet
Esa misma noche, a la luz de una débil vela de sebo, mientras Sem bailaba afuera, al compás de una música machacona que hacía con sus crótalos; la familia confeccionaba la lista, ante la temible mirada de Naama.
— ¿Triceratops? – preguntó el padre
— No. Dijimos que ningún bicho de más de doscientos cincuenta talentos de peso — dijo Jafet
— ¿Y el elefante, entonces?
— Ese safa justito…
— ¿Sirenas?— preguntó nuevamente
— Claro— dijo Naama— El señor quiere mirarle las tetas…
— Es un bicho de agua— dijo Cam — que se arreglen solas
— ¿Unicornios?¿Centauros?¿Pegasos?
— Ya pusimos caballos, y son parecidos
— ¿Yetis?
— Se van a morir de calor
— ¿Ñandúes?
— ¿Y esos?
— Más o menos como el avestruz
— ¿Y cuál es cuál?
— No sé …
— Dejalos a los dos
— ¿Dragones?
— Nos van a quemar el barco
— ¿Esfinges?
— ¿Para qué queremos leones con alas?
— ¿Mamuts?
— No entran los cuernos. Y además ya lo tenemos al elefante
— ¿Megaterio?
— Ya está el otro perezoso que es más chico…
Y así continuaron toda la noche.
Un mes después, empezó a subir el agua y el arca se alejó. En cubierta, sin mirar atrás, Noé sonreía. Yahveh Elohim se regocijó con él.
Los animales que quedaron en el islote que fueron las tierras de la familia, miraban sin entender. Algunos lloraron.