sábado, 13 de octubre de 2012

El regreso


La mañana estaba cálida y el sol calentaba, despacio, las paredes del palacio de Great Cumberland Lodge, en Windsor Great Park; residencia habitual de los Duques de Marlborouh. El anciano, vestido con harapos, tocó a la puerta y fue atendido por el mayordomo; quien al ver su traza le espetó 
—Los señores dan limosna y hacen caridad los viernes.
El viejo respondió
—Volví.
El mayordomo, azorado, preguntó
—¿Cómo dice?
—Dije que volví —contestó el recién llegado, con un tono de voz apenas audible, casi de ultratumba.
—Y usted, ¿quién es?
—Mambrú
—¿Quién?
—Mambrú, el que se fue a la guerra
—No entiendo …
—Si, ¿no se acuerda?, Mambrú se fue a la guerra, chiribín, chiribín, chin, chin …
—¡Ah! … no sé cuando vendrá; do re mi, do re fa, nooo sé cuando vendrá
—El mismo, John Churchill, primer duque de Marlborough. Encantado.
—¡Pero usted se fue hace como trescientos años! ¡Debería estar bien muerto!
—¿Sabe qué pasó? Cuando los nuestros me abandonaron en la batalla de Malplaquet, los franceses me hicieron prisionero y me confinaron en Höchstädt. Huí. ¿Oyó usted decir que todos los caminos conducen a Roma? Pues bien, allá fui. Durante estos tres siglos salí y volví a ella unas mil quinientas veces. Solo esta vez llegué hasta aquí. Y por azar. No compre nunca un GPS chino. 


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