sábado, 14 de mayo de 2005

Calibre 45

Antes de llegar a la esquina, supo que sin dudas algo lo había alcanzado un poco más abajo de los hombros y casi al centro de su espalda. Sin embargo, esta certeza no lo asustó tanto como el estampido que le llegó desde atrás unos segundos después de haber sentido el impacto de la bala. Sólo con el envión que traía de su carrera alocada, llegó hasta el cartel azul en el que leyó, apenas de soslayo, "...rmiento 400-500", y se aferró a él con la certeza de que era el último sostén del cual tomarse. Las piernas se le aflojaron y prestó especial atención a cuánto esfuerzo le demandaba quedar de pie. No pensó en su familia. Ni siquiera en la razón de la absurda venganza de la cual le provino la muerte. Sólo pensó: "la pucha, si caigo, ese charquito del piso me manchará el traje?". Dejó de ver en el agua el reflejo azul-marrón de las luces de la calle. Jamás supo de la mancha oscura en su corbata-de-seda-italiana, pero hecha en China, la misma que su viuda atesora como trofeo de guerra en la cómoda que alguna vez fuera suya, en el segundo cajón de la izquierda.

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