sábado, 14 de mayo de 2005

Mami maestra

Venite acá, hijo 
que acá está más cálido. 
Éstas son las noches de invierno que extraño, 
iguales a aquellas de cuando
tenía tus años.
Sabés? Antes de la tele y las computadoras,
cuando el mundo era 
un poco más joven,
los hombres más viejos contaban historias
que los más chiquitos, con los ojos grandes,
y llenos de asombro,
oían callados.
Yo tengo un buen cuento
para vos, mi cielo, 
que es también mi historia 
y parte de la tuya. 
Acá va. 
Escuchalo.
Érase una vez una maestra
de aquellas que sólo puede dar el campo;
moldeada en la tierra que hace muchos años
los comechingones sueñeros pisaron,
donde los ranqueles pelearon al huinca;
y la misma tierra que surcó el arado
de abuelos gringos que un día llegaron 
matando hambre-espanto 
con hambre-milagro.
Maestra de sulky, de mate cebado,
de compartir fríos en crudos inviernos
y calores machos en machos veranos.
Hada señorita de cuarenta enanos 
que entraban al mundo 
de su mano.
Maestra guía de querer la Patria,
de saber que el más chico de sus chiquititos
es mucho más Patria
que aquella 
que viene del bronce
y que está en las plazas
montada en rampantes caballos.
Maga señorita de enseñar Cabildos
en hojas de canson
y pintar caritas con corcho quemado
cada 25 de mayo.
Maestra coraje de emociones fuertes,
de curar heridas, de emparchar empachos
y arreglar cansancios. 
De llorar parejo más de lo debido
porque no hay manera de poner
consuelo donde sólo cabe
el llanto más amplio.
Era ésta maestra también consejera;
de enseñar caminos
entre los rencores que alejan amigos,
entre los temores que apagan familias,
entre los dolores que vencen ancianos.
A veces sanando, 
las más compartiendo miedos, sufrimientos,
quieros y cansancios.
Maestra de Vida
que dejó la suya 
entre campo y ranchos,
al pié de la sierra,
donde el sauce llora 
en el arroyo manso.
Mi mamá y amiga.
Es mi orgullo, hijito, decir que heredamos 
su corazón puro, sus grandes abrazos. 
Y sueño que a veces 
mi mamá, 
tu abuela, 
mi mami maestra 
vuelve a darnos clases, guía nuestras manos 
que escriben temblando 
nuestros pasos.
Diosito la manda
a darnos alivio,
en cada nenito
de delantal blanco.

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