sábado, 14 de mayo de 2005

Mare Nostrum

En ese entonces sí que la tierra era plana.
Y no medía más de cuatro cuadras.
Había un Mare Nostrum entre ambas veredas
que cruzábamos mirando que no viniese
algún barco.
Jamás pensamos en llegar más lejos
hasta bien entrados los ocho años.
Por aquellos días no existían naciones.
Éramos, más bien, una especie de tribu,
un pueblo bárbaro, el azote del barrio.
La siesta era un concepto claramente
antipático.
Y su tiempo era un tiempo de aprender
del más viejo, los secretos vedados.

El más viejo era Delmo
que andaba promediando los seis años
cuando los demás dejábamos los cuatro.
Hasta juraba
que se había emborrachado con un vaso de tinto
al final del recreo más largo.
Por él conocimos
La primera acepción no materna de teta
El nido del gorrión
los olores del campo.

Saber y no saber
nuestro futuro.
Ni Mario, ni José ni sus hermanos,
ni yo, ni los demás
imaginamos
lo distinto del curso de los años.
En ese entonces sí que pensábamos salvarnos.
Apenas sabíamos leer, por tanto
no asustaban los diarios.
Además nuestra calle, Mare Nostrum de tierra,
estaba a kilómetros luz de cualquier parte
casi casi indescubiertos,
casi felices, casi abandonados.

Mucho después, cuando la guerra
sospeché otro final.
Yo estaba lejos.
Desde entonces,
no he vuelto a saber de aquellos vándalos.

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